22 may 2011

“Nuestro patrimonio también necesita una democracia real ya”

En medio de la autocomplacencia que ha impregnado la vida de La Laguna desde que fue declarada en diciembre de 1999 en Marrakech Ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, desde hace algún tiempo se ha alzado de manera incansable una crítica voz que trata de poner un poco de lucidez en el confuso panorama de la conservación del patrimonio histórico y cultural de nuestra ciudad. Ha insistido sobre todo en la defensa de su patrimonio más humilde: las casas terreras. Se trata del historiador lagunero Álvaro Santana Acuña y sobre todo ello ha respondido a las preguntas de lqpsntf.

Nacido hace treinta y cuatro años, estudió COU en el Instituto Canarias-Cabrera Pinto y, en 1999, se licenció en Historia por la Universidad de La Laguna, recibiendo el “Premio extraordinario fin de carrera” y también la Mención Especial en el “Premio Nacional fin de carrera”. Desde 2001 ha recibido varias becas para estudiar en el extranjero. Ha investigado en las universidades de Stanford (San Francisco), Columbia (Nueva York), Chicago y Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (París). Desde 2007, cursa sus estudios de doctorado en Sociología en la Universidad de Harvard (Cambridge). Desde el pasado mes de septiembre Álvaro es investigador visitante en Sciences Po (Institut d'Études Politiques) de París, donde, como parte de su tesis doctoral, investiga la modernización del catastro francés entre 1763 y 1833. En Canarias, por su labor histórica y de defensa del patrimonio, ha recibido el Premio de Investigación Histórica Antonio Rumeu de Armas (2005) y el Premio de Periodismo Leoncio Rodríguez (2008).

¿Desde cuándo se interesa por la protección del patrimonio?

Mi familia me enseñó que el patrimonio es como un ser vivo. Entre los mejores recuerdos de mi infancia están el participar en romerías, cofradías de Semana Santa, alfombras del Corpus Christi. A punto estuve de entrar en una murga de Carnaval y, tras muchas volteretas, aprendí que no sería un buen luchador canario. También recuerdo a mi padre fotografiando edificios antiguos para luego pintar sus acuarelas de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, La Orotava y Vegueta. Con catorce años investigaba en archivos históricos y entrevistaba a gente mayor. Más tarde, en 1999, empecé a escribir sobre patrimonio, insistiendo en que debemos protegerlo como un ser vivo.

Con la grave crisis económica que estamos viviendo, ¿no es demasiado tener que preocuparnos además de cómo se protegen los edificios antiguos?

En efecto, Canarias es una de las regiones del primer mundo con la tasa de desempleo más alta, superior al veinticinco por ciento. La tasa rebasa el cincuenta por ciento entre los menores de veinticinco años. Tengo familiares y amigos en paro desde hace casi tres años. Es una situación muy diferente a la que existe en París, donde vivo desde septiembre. Aquí ya no hay crisis. Otra gran diferencia es cómo se cuida el patrimonio. Pienso que la situación económica y la protección del patrimonio están relacionadas. Como tratamos nuestro patrimonio marca nuestro presente. Los franceses están orgullosos de su patrimonio y sobre todo lo venden muy bien. (Recomiendo una visita a la página: www.monuments-nationaux.fr/es/). A diferencia de Canarias, en Francia el patrimonio no es un saco sin fondo al que se echa dinero público para, por ejemplo, hacer restauraciones irresponsables de edificios que luego quedan medio vacíos e infrautilizados. Al contrario, el patrimonio es una máquina de hacer dinero, producir cultura y crear empleo estable. Está vivo.

¿En Canarias, el patrimonio está más en riesgo con la crisis?

Sí. Por desgracia no existe un modelo económico diversificado. Vivimos sobre todo de “cultivar turistas” y de construirles hoteles. La situación actual agrava la presión inmobiliaria debido a dos tipos de crisis. La primera es la crisis legal. Los escándalos de especulación urbanística en todas las costas canarias han incrementado los controles judiciales y la denuncia ciudadana. La segunda es la crisis económica, con el consecuente declive del sector de la construcción. La combinación de ambas crisis ha provocado que la especulación inmobiliaria busque otra “costa” para seguir construyendo. Los cascos históricos de Canarias se han convertido en la nueva “costa”. En Triana, varios edificios se han derrumbado misteriosamente en plena noche. Por ejemplo, la sede de la Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria. En el casco de La Laguna, los atentados contra el patrimonio se han recrudecido desde 2009, pese a ser Bien Cultural-Patrimonio de la Humanidad.


¿Piensa que La Laguna podría perder su título de Bien Cultural-Patrimonio de la Humanidad?



Debió perderlo en junio de 2008, cuando el ayuntamiento legalizó unas obras en un espacio cerrado que contenía los restos de un callejón del siglo XVI. Este callejón aparece claramente señalado en planos históricos desde 1588 hasta 1855. En 2008, sobrevivía el veinticinco por ciento de la superficie del callejón. Aún hoy, un muro tapa la entrada, que se localiza entre las casas número 3 y 4 de la plaza de la Concepción. (Una aclaración; el callejón del siglo XVI no tiene nada que ver con el pasaje comercial dentro de la casa número 7 y que continúa hasta la calle Herradores.) En junio de 2008, en la Oficina de Gestión del Centro Histórico presenté un informe dirigido a María Luisa Cerrillos, la directora del Plan Especial de Protección. En la Oficina descubrí que los restos del callejón no estaban catalogados en el Plan Especial de Protección. Pese a su valor histórico, las obras no se pararon. Al contrario, la señora Cerrillos autorizó al dueño a construir una escalera dentro del espacio superviviente del callejón del siglo XVI.


¿No se trata de un caso aislado, de un lamentable error?

En absoluto. Me gustaría comentarle otra violación grave y más reciente. En 2010, salvo la fachada, la señora Cerrillos autorizó la completa demolición en el callejón de Maquila de una casa histórica y su muro perimetral. El resultado es que la anchura del callejón de Maquila es ahora ligeramente menor ya que el nuevo muro se ha comido varios centímetros de suelo público. Esto supone otra grave violación de los requisitos impuestos por la UNESCO, porque a La Laguna se le concedió el título debido a su trazado original y casi intacto del siglo XVI. Si el ayuntamiento sigue permitiendo a la directora del Plan Especial de Protección éstas y otras nefastas intervenciones, La Laguna acabará perdiendo su título de la UNESCO como ocurrió en 2007 con el Santuario del Oryx árabe en Omán y en 2009 con el Valle del Elba en Dresde (Alemania).

Pero,¿la peatonalización del casco lagunero no es un gran éxito?


Un casco histórico es mucho más que calles peatonales y fachadas relucientes. El ayuntamiento usa la peatonalización como una cortina de humo. Detrás de esa cortina se oculta el acelerado deterioro del patrimonio histórico-artístico de la ciudad. Tan sólo en los dos últimos años, el ayuntamiento ha permitido la destrucción de más de diez casas terreras, mientras cerca de treinta están en ruinas y las deshabitadas superan la cincuentena. De nuevo con la incomprensible aprobación de la Oficina de Gestión del Centro Histórico, entre 2009 y 2010, se destruyeron en el centro del casco histórico las últimas casas terreras, en especial en la calle Herradores.




¿Por qué son importantes las casas terreras?


La casa terrera es el tipo de vivienda más representativo desde la fundación de La Laguna en 1496 hasta 1950. En ella vivían las clases bajas y medias urbanas (campesinos, artesanos, comerciantes, etc.). Además la casa terrera es una simbiosis única entre el ser humano y el medio ambiente. La piedra, el barro, la madera y otros materiales constructivos se conseguían en el entorno cercano (bosque, barranco, etc.). Como dice un amigo, la casa terrera es naturaleza transformada artesanalmente por el ser humano para hacerla habitable como el espacio donde transcurre su vida. La gran paradoja radica en que una casa terrera es más tradicional y canaria que numerosos palacios e iglesias decorados con mármoles y otros materiales importados de Europa y América.


¿Quiere decir que deberíamos proteger las casas terreras en vez de los edificios más monumentales?


No. Hay que proteger el patrimonio de una manera global y diversificada. Permítame usar una analogía para explicarme. ¿Cuál es la semejanza entre un pinar canario y un casco histórico? En el pinar, lo que sobre todo llamará su atención son los pinos más altos y robustos. De igual modo, en un casco histórico, los edificios monumentales y célebres (catedral, palacio, etc.) atraen más rápido su atención. Sin embargo, un pinar canario es mucho más que grandes pinos robustos. Se compone de fauna y flora que suele pasar desapercibida: desde un pinzón azul hasta una procesionaria, desde un escobón hasta un corazoncillo. Pero sin esa fauna y flora, el pinar no podría sobrevivir.

¿Por qué?

Porque un pinar es un medio ecológico frágil. Cuanto mayor sea la diversidad de especies, más saludable estará el pinar. Un casco histórico funciona de un modo similar. Es un medio urbano frágil compuesto por diferentes “especies” de edificios, objetos y espacios (las casas terreras y sobradadas, las cantoneras y las hornacinas, los callejones y las plazuelas, etc.). Estos edificios, objetos y espacios pasan desapercibidos para muchos vecinos y turistas. Pero sin su ayuda, los edificios monumentales no podrían sobrevivir. Por ejemplo, si construyésemos un rascacielos de diez pisos al lado del Obispado, éste perdería casi todo su valor histórico-artístico. Pero si al lado del Obispado hay una casa terrera o una sencilla vivienda de dos pisos, el Obispado saca a relucir toda su historia y monumentalidad. Hoy, las autoridades políticas están exterminando la “bio-diversidad” de los cascos históricos en La Laguna, Santa Cruz, San Sebastián de La Gomera y Triana. Y lo hacen destruyendo las “especies” de patrimonio que pasan más desapercibidas mientras que sólo protegen las “especies” más monumentales y turísticas. Por eso, corremos el riesgo de que en nuestros cascos históricos suceda lo mismo que en las costas, donde el “hotel-barriada” hizo desaparecer numerosos pueblos de pescadores.

¿Qué podemos hacer con las casas terreras y ese patrimonio que pasa más desapercibido?

Para “ver” ese patrimonio tenemos que cambiar nuestra manera de pensar. Es decir, una casa terrera en ruinas debe impactar al ciudadano tanto como una catedral cerrada o un palacio deshabitado. Sin duda, la casa terrera ha perdido su función original. Ya no es la residencia de campesinos y artesanos. Pero también los palacios y casonas han perdido su función original; en ellos no viven las familias nobles. Sin embargo, con el dinero público sólo se compra y se protege el palacio, y no la casa terrera. Esta política elitista de protección de determinadas “especies” de patrimonio debe cambiar. Respetando al máximo su arquitectura única, las casas terreras deshabitadas o en ruinas pueden ser transformadas en salas de estudio, salones de gimnasia, un Museo de la casa terrera, puntos de cercanía de la biblioteca municipal, locales de usos múltiples para el disfrute de vecinos y asociaciones. Sería una inversión menos costosa que la restauración de un palacio y sobre todo más útil para la vida diaria de los ciudadanos.


Parece que los políticos nacionalistas exaltan las tradiciones canarias mientras por otro lado destruyen el patrimonio menos monumental.

En efecto. Salvo contadas excepciones, los políticos canarios aún no saben vivir en democracia con el patrimonio. Al contrario, promocionan una política elitista que atenta contra la diversidad del patrimonio. Pues, por un lado, promocionan con fondos públicos el modo de vida de los campesinos y artesanos canarios. Por ejemplo, patrocinan romerías, juegos como la lucha y protegen el folklore y la pureza de los trajes típicos. Pero, por otro lado, esos mismos políticos autorizan la destrucción de las casas terreras donde vivían los campesinos y artesanos cuyo modo de vida dicen promocionar.



¿Cree que la oposición ciudadana contra el Puerto de Granadilla es la confirmación de esa conciencia más global y democrática sobre el patrimonio?



Sin duda. Vivimos en un mundo más interconectado. Cada día que hay otro parado más, cada día que la crisis continúa nos deja la certidumbre de que en Canarias el político corrupto no es la excepción sino la norma. Por eso, la distancia entre la acción del político y la voluntad del ciudadano se ha transformado en un abismo insalvable. Como la información circula por canales nuevos y menos controlados por los poderes, los canarios somos más conscientes de que el actual modelo económico no crea prosperidad a largo plazo y sólo beneficia a una minoría. Un nuevo modelo económico más estable y rentable pasa, entre otras medidas, por proteger el patrimonio canario de una manera realmente democrática. Nuestro patrimonio también necesita una democracia real ya.